Los poemas de terror han sido una forma de literatura que ha existido a lo largo de siglos. Mediante la poesía, los autores han conseguido apresar los temores más profundos y oscuros de la humanidad y plasmarlos en versos espantosos. Desde Edgar Allan Poe hasta Emily Dickinson, los versistas han encontrado una forma de explorar el horror y la muerte con una intensidad única.
En el artículo, exploraremos ciertos poemas de terror más horripilantes de todos y cada uno de los tiempos, y nos adentraremos en la magia de los autores que consiguieron crear una atmosfera de horror que prosigue retumbando en nuestros miedos más profundos. Prepárate para zambullirte en un planeta de sombras y misterios, donde la poesía se transforma en un portal cara lo ignoto.
Poemas de terror cortos
Cada uno de ellos de estos poemas de terror ha conseguido atemorizar y torturar a los lectores durante los años, y son una muestra de de qué manera la poesía puede ser una herramienta poderosa para explorar los temores más profundos de la humanidad. Si eres un amante del terror y la literatura, claramente debes leer estos poemas de terror.
Ahora te presento una lista de ciertos poemas de terror más horripilantes e icónicos de la literatura:
1.Los espíritus de los fallecidos – Edgar Allan Poe
Tu ánima se hallará sola, cautiva de los
negros pensamientos de la gris piedra tumbal;
nadie te intranquilizará en tus horas de
recogimiento.
Quédate sigilosamente en esa soledad que
no es abandono,—porque los espíritus de los
fallecidos que existieron ya antes que tú en la vida,
te alcanzarán y te rodearán en la muerte,—y
la sombra proyectada sobre tu cara va a obedecer
a su voluntad; en consecuencia, continúa sosegado.
Si bien sosiega, la noche fruncirá su ceño,
y las estrellas, de lo alto de sus tronos celestes,
no bajarán más sus miradas con un brillo
semejante al de la esperanza que se entrega a
los mortales; mas sus órbitas rojas, desprovistas
de todo rayo, van a ser para tu corazón marchito
como una quemadura, como una fiebre
que deseará unirse a ti por siempre.
Ahora, te visitan pensamientos que no espantarás
jamás; ahora brotan frente a ti visiones
que no se desvanecerán jamás; nunca van a dejar
tu espíritu, mas se van a fijar como gotas
de rocío sobre la yerba.
La brisa,—esa respiración de Dios,—reposa
inmóvil, y la niebla que se extiende como una
sombra sobre la colina,—como una sombra cuyo
velo no se ha desgarrado aún,—resulta así
un símbolo y un signo. Como consigue continuar
suspendida a los árboles, ese es el misterio
de los misterios!
dos. Requiem – Robert Louis Stevenson
Bajo el amplio cielo estrellado
cavad una tumba y dejadme yacer allá.
Alégremente viví y con alegría voy a morir,
recostado con un último deSeo.
Que sea este el verso que graben para mí:
“Aquí yace donde deseaba yacer;
ha vuelto el marinero, ha vuelto del mar;
y el cazador ha regresado de la colina”.
tres. La sombra que visita – Juan Ortiz
La sombra visita,
translúcida,
la habitación de madrugada.
Va,
volando oscuridades,
a cada lugar al que le dejan los incautos en la noche.
Pesa, juro que pesa su mano presionando el pecho al despertar;
huele,
juro que huele a azufre su presencia.
La sombra en ocasiones se sienta allá,
tras el que lee estos versos,
y se ríe del descreído,
del que se burla,
y va y lo busca a tientas,
en su recámara,
y de súbito unos ojos se abren por el peso de unas manos,
y la respiración de agita por el azufre en el aire.
No debí redactar esto,
la sombra sonríe,
tras ti,
y lo sabes.
cuatro. Gata Negra – Rainer María Rilke
Un espectro, si bien invisible, es aún un espacio
donde tu vista puede pegar, resonando; mas acá
entre este espeso pelaje negro, tu más dura mirada
va a ser absorbida y va a desaparecer completamente:
tal y como si fuera un ido surrealista, cuando nada ya
puede calmarlo, que acomete contra la noche obscura
ululando, golpea la pared acolchada, y siente
la ira amainando hasta calmarse.
Ella semeja ocultar en sí todas y cada una de las miradas
que le han posado, para poder observarlas
como a un público, amenazante y taciturna
y enrollarse a dormir con ellas. Mas prácticamente de repente
mueve su cara cara la tuya, tal y como si despertara;
y alterado, te ves pequeño,
en el ámbar de sus órbitas
suspendido, como un insecto de una especie extinguida.
cinco. Bajo el sepulcro – Robert Nelson
Seres espantosos andan a tientas en lagos sanguinolentos,
una niebla repulsiva se arrastra y se nutre de hinchadas babosas;
de los lechos de plantas perfumadas se retuercen víboras apestosas,
y como una flor cultivada con negras substancias,
una luna de acero gotea sangre sobre un cielo oscurecido
por las premoniciones de locos espectros.
Mas esto ha cesado, ha quedado atrás,
y en ese bosque mefítico, bajo el sepulcro,
los fallecidos cenan donde las sombras flotan,
y candelas ardientes limpian la pútrida penumbra;
y los que estaban de pie en la alegría y el dolor de la tristeza,
ahora urden el estribillo extático del averno.
Muy por debajo, donde criaturas tumefactas se sostienen
en habitaciones glaciales, y los cráneos arden como lámparas
para guiar por medio de la vida más allí, y donde se corren
los velos verdes de un limo rezumante y mortales humedades,
repiquetea el sepulcro eternamente en alegre liberación.
seis. Canción de cuna para un vampiro – Llana Ben
Duerme de forma profunda en tu tumba sigilosa,
sueña con el festín escarlata que ansías,
hasta el momento en que el apetito te despierte
y debas desamparar
tu sitio de reposo.
Sueña, sueña con tu furtivo vuelo
a las tierras sombrías de la noche.
Tus colmillos se hallan con la suave carne blanca
y retornas remozado.
Tus labios son una mácula escarlata.
Duerme, duerme en tu cama sombría.
Tierra de tu patria sobre tu cabeza,
hasta el momento en que la luna en lo alto
del cielo afelpado
te llame nuevamente.
siete. En el bosque negro – Amy Levi
Me acosté bajo los pinos,
miré cara arriba, cara el verde
obscuro en la copa de los árboles,
brillo sombrío que marca el paso del azul.
Cerré los ojos, y una increíble
sensación fluyó sin criterio:
Acá yazgo, fallecida y sepultada,
y este es un camposanto.
Estoy en un reposo eterno,
han terminado todos y cada uno de los enfrentamientos.
Caí recta y sentí los lamentos
por mi pequeña vida pasada.
Derecho injusto y tarea perdida,
sabio conocimiento despreciado;
la vagancia y el pecado y el descalabro,
¿me sentí entristecida por esto?
Triste me han puesto a menudo;
ya no pueden apenarme,
mi corazón estaba lleno de pesar
por la alegría que jamás tuvo.
ocho. El Mensajero – H.P Lovecraft
La Cosa, afirmó , de noche vendría,
Desde el viejo campo santo sobre la colina,
Inclinado frente al rubor de un fuego de robles
Traté de decirme que aquello no podía ser.
Probablemente, medité, esto es una mofa,
Tramada por alguien que ignora sin dudas
El Signo Mayor, legado de vieja solemnidad,
Que libera las formas que escarban en la obscuridad.
Él no deseó aseverarlo, no, mas igual encendí
Otra lámpara, mientras que el estrellado Leo
Remontaba el río, la llama chispeó como un deSeo,
Y la luz de la lumbre se deshizo, lento, lentísimo.
¡Entonces en la puerta, de la precavida agitación vino,
Y la Verdad demencial me devoró como una llama!
nueve. En un camposanto en desuso – Robert Frost
Los vivos llegan pisando el pasto
para leer las lápidas en la colina;
el camposanto dibuja la vida aún,
mas jamás más a los fallecidos.
Los versos en ellas repiten:
«Los vivos que llegan hoy
a leer las piedras y irse,
mañana fallecidos van a venir a quedarse».
Tan segura de la muerte está la rima del mármol,
no obstante, no puede dejar de rememorar
que ningún fallecido, según parece, volverá.
¿Qué hace que los hombres se encojan?
Más simple sería ser taimado
y decirle a las piedras: los hombres detestan fallecer
y han dejado de fallecer ahora por siempre.
Creo que creerían la patraña.
uno. Azathot – H.P Lovecraft
Por el vacío insensato el diablo me arrastró,
Alén de los refulgentes enjambres del espacio dimensional,
Hasta el momento en que el tiempo y la materia desaparecieron frente a mí
Solo el Caos, sin forma ni sitio.
Allá el enorme Señor de Todo susurraba en la obscuridad,
Cosas que había soñado mas que no podía comprender,
Mientras que a su lado murceguillos informes se agitaban y revoloteaban
En vórtices idiotas atravesados por haces de luz.
Bailaban locamente al sutil compás gimiente
De una flauta que mantenía una zarpa monstruosa,
De donde afloraban ondas sin objeto que al entremezclarse al azar
Dictan a cada débil universo su ley eterna.
—Yo soy Su mensajero—, afirmó el diablo,
Mientras que golpeaba con menosprecio la cabeza de su Amo.
uno. El yacente del val (Arthur Rimbaud)
Es un claro del bosque donde canta un río,
Cuelgan enloquecidamente de las yerbas arrapos
De plata; donde el sol de la orgullosa montaña
Luce: un pequeño val espumoso de luz.
Un soldado, joven, estupefacto, cabeza desnuda
La nuca bañada en el suave azul,
Duerme; está tumbado en la yerba, bajo el cielo,
Pálido en su verde lecho donde llovizna el día.
Los pies en los gladiolos, duerme. Sonriendo como
sonreiría un pequeño enfermo, descansa:
Naturaleza, mécelo cálidamente: treme.
Ya no le estremecen los perfumes;
Duerme en el sol, la mano sobre el pecho,
En calma. Se ven dos orificios colorados en el costado derecho.
uno. No pude detenerme frente a la muerte (Emily Dickinson)
Por el hecho de que no pude detenerme frente a la muerte,
afablemente se detuvo ante mí;
el carruaje solo nos encerraba a nosotros
y a la inmortalidad.
Condujimos de manera lenta, no sabe de apuros;
y por su cortesía debí desamparar mis tareas e inclusive mis ratos de ocio.
Pasamos por la escuela donde jugaban los pequeños
Sus lecciones apenas concluidas;
pasamos en frente de los campos de pastoreo
y frente al sol que se ponía,
Nos detuvimos frente a una casa que parecía
una hinchazón de la tierra;
su techo, solo perceptible,
su cornisa, apenas un montículo.
Desde ese momento han pasado siglos;
mas cada uno de ellos semeja más corto
que el día en que anuncié por primera vez
que las cabezas de los caballos
apuntaban cara la eternidad.
uno. En la noche – Amy Levy
¿Atroz? Creo que jamás hubo una trampa
más vil y agotadora que esta.
No es un sueño, así lo afirmaba mi corazón,
con la sobria certidumbre del despertar.
¿Sueños? Yo conozco sus semblantes,
en apariencia agradables; vaporosos,
adornados de alas multicolores;
He tenido sueños ya antes y esto no es soñar.
Llega la luz del día y la alegría cubre mi pesar.
¿Qué la hiere, amor mío; qué dolor la quita?
Puesto que ella en soledad empalidece;
y sus facciones poco a poco se desvanecen.
No puedo unirme a ella,
Me estiro cara allá sin ningún sentido,
mientras que mis brazos rodean el silencio y el vacío.
uno. Aun en el sepulcro – Walter de la Mare
Deposité mi inventario en la mano de la Muerte,
en su floresta obscura y frondosa;
mientras que dulce y desolado, sin distraerse,
oí al Amor cantar en esa tierra sigilosa.
Él leyó el registro hasta el final:
las descuidadas y durables heridas del destino,
la carga del oponente, la carga del amor y el odio;
las heridas del contrincante, las amargas heridas de un amigo.
Todo, todo lo leyó, aun la indiferencia,
la frívola charla, el vano silencio, la esperanza y el sueño.
Él me preguntó: ¿Qué buscas, entonces, en su sitio?
Incliné mi semblante en el pálido brillo de la tarde.
Entonces me miró con extraña inocencia, y dijo:
Aun en el sepulcro te vas a tener a ti.
uno. Remordimiento póstumo (Converses Baudelaire)
Cuando duermas, mi preciosa lúgubre,
En el fondo de un mausoleo construido en mármol negro,
Y cuando no tengas por alcoba y morada
Más que una cúpula lluviosa y una fosa vacía;
Cuando la piedra, oprimiendo tu pecho temerosa
Y tus caderas que templaba un deleitoso abandono,
Impida a tu corazón palpitar y apreciar,
Y a tus pies correr su carrera aventurera,
El sepulcro, cómplice de mi ensueño infinito
(Pues el sepulcro siempre y en toda circunstancia interpretará al versista),
A lo largo de esas inacabables noches de las que el sueño está condenado,
Te dirá: «¿De qué te sirve, cortesana imperfecta,
No haber conocido lo que lloran los fallecidos?»
—Y el verme roerá tu piel como un remordimiento.
Aguardamos que estos poemas de terror de autores representativos de la literatura universal hayan sido de tu agrado y te hayan tolerado adentrarte en el alucinante planeta del horror literario. Mediante las palabras de Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft, y otros grandes maestros del género, pudiste probar sensaciones de temor, tensión y suspense que te sostuvieron en desequilibrio hasta el final de cada poema.
Cada uno de ellos de estos autores, con sus poemas de terror y sus recursos literarios, consiguió crear universos oscuros y siniestros con sus palabras, en los que los personajes se encaran a lo ignoto y lo sobrenatural, despertando en nosotros miedos ancestrales y fascinantes. Aguardamos que hayas gozado de estas obras y que te hayan dejado con ganas de proseguir explorando este género literario tan rico y complejo.
Referencias bibliográficas
El espéculo gótico (dos mil veintitres) Poemas de terror